En La Quintrala (1955), de Hugo del Carril, Ana
María Lynch encarnó a la perversa terrateniente
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Conocida como "La Quintrala", Catalina de los Ríos pertenecía a una poderosa familia encomendera de Santiago. Tenía ascendencia alemana e indígena por línea paterna. Al quedar huérfana de madre, fue criada por su abuela. Se dice que el nombre de "Quintrala" proviene del hecho de que su padre la llamaba "Catrala" de pequeña. Desde muy joven se manifestaron sus instintos sanguinarios. En 1623 asesinó a su progenitor poniéndole veneno en la comida.
En La Quintrala (1955), de Hugo del Carril, Ana
María Lynch encarnó a la perversa terrateniente
Fue asimismo encausada por la muerte de Enrique Enríquez de Guzmán, caballero de la Orden de San Juan que la pretendía en matrimonio: enojada por tal pretensión encomendó a un esclavo que lo matara a palos; el esclavo recibió pena de muerte y a ella se le impuso una multa en dinero. Se concertó su matrimonio con el soldado Alonso Campofrío y Carvajal, quien no poseía bienes, pero recibió una dote muy importante, que incluía una hacienda en La Ligua. Allí vivió la pareja y allí La Quintrala cometió una serie de crímenes, en muchos de los cuales su marido fue cómplice: entre ellos el del cura doctrinero de los indios, quien con seguridad defendió a los indígenas de los malos tratos de su ama. La servidumbre fue también objeto de sus crueldades: castigos con el látigo, en el cepo y diversas torturas, sin importar la edad y el sexo.
Tras largos años de impunidad, pese a las demandas de justicia del obispo Salcedo, se envió una misión secreta que investigó y encontró fundamentos suficientes para juzgarla. Sometida a proceso en la Real Audiencia de Santiago en 1660, el juicio duró cuatro años, pues usó sus influencias para dilatar el proceso. Fue acusada de 14 asesinatos (de los 39 que se investigaron), y se la condenó a pagar 1.000 pesos por cada negro y 500 pesos por cada indio. Un año después del juicio murió.
De mentalidad enfermiza y contradictoria, La Quintrala era devota del Cristo de la Agonía que existía en la iglesia San Agustín. En su testamento pidió ser enterrada vistiendo los hábitos agustinos en dicho recinto. Donó 6.000 pesos para costear una procesión anual el 13 de mayo (el día en que se recordaba al Señor de Mayo y el terremoto de 1647) de forma perpetua, por la expiación de sus pecados, además de otras sumas para celebrar misas en sufragio de su alma y de las almas de los indios encomendados que maltrató.
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